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Un tsunami es una serie de olas provocada por un brusco movimiento en el fondo del mar: sismo, erupción volcánica, avalanchas submarinas o incluso la caída de un asteroide en el agua. Pero los más usuales son provocados por un choque sísmico a menos de 50 metros de profundidad y una magnitud de al menos 6,5 en la escala de Richter. Con una magnitud de 8, el tsunami se vuelve potencialmente destructor a gran escala.



El desplazamiento del fondo del océano provoca una retracción de agua que hace disminuir el nivel del mar. La propagación de ondas sísmicas desencadena una serie de olas: en aguas profundas el tsunami alcanza algunas decenas de centímetros. Pero su altura aumenta a medida que el fondo submarino se eleva y se acerca a la costa.
En situaciones extremas, la velocidad de propagación de las olas es de entre 500 y 800 km/h, en caso de grandes profundidades, disminuyendo al llegar a la costa. Pudiendo alcanzar 30 metros de alto, las olas siguen una atrás de la otra con intervalos de 10 a 40 minutos, arrasando con todo a su paso.













   Todos los tsunamis son potencialmente peligrosos, a pesar de que no todos acaban ocasionando daños. Desde el área donde se origina el tsunami, las ondas se expanden en todas las direcciones. Una vez que la ola se acerca a la costa va ganando altura en función de la topografía de la costa y el fondo del mar.    Puede haber más de una onda y, de hecho, las segundas olas pueden ser mayores que las anteriores, por ello no es raro que un pequeño tsunami en una playa puede puede ser el desencadenante de una ola gigante a pocos kilómetros de distancia.

























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